Y es la hora de leer decía, aquella dulce y pausada voz que cortó la educación de un espabilado niño de colegio privado y a la vez me hizo soñar, soñar con que era aladin. Elegí ese libro entre toda mi colección de cuentos disney para compartir con mis compañeros; no sé porqué, quizás me atraía la idea de volar… a partir de que doña Mari Carmen me metió el gusanillo no he parado de volar, de imaginar de montar la película en mi cabeza. Don Ángel fue algo más que un profesor, me trataba diferente a como me habían tratado nunca, siempre intentó no cortarme las alas, no frenar mi progresión pero con estás llego doña Nunchy , don Antonio, don Pedro mientras en la dirección se sucedían doña Fuencisla y don Luis.
Siempre con su atuendo elegante, puntual y eficiente, ahí estaba manolo, no tiene título de Don ni de Sir, decían alguno de los envidiosos profesores pero era mi favorito, él era quien tocaba la alarma de salir de clase y del recreo, también para entrar, pero me gustaba ese sitio, no me importaba estar allí el resto de mi vida y todo por una persona que nunca me “enseñó”. Siempre tenía un comentario amable, un chascarrillo, una amplia sonrisa para abrirte la puerta cuando llegabas tarde. No puedo me repetía cuando le rogábamos que ampliara dos minutos el recreo porque ibamos empate, no puedo de verdad, y no todo es ganar, mañana tendrás otra oportunidad. Nunca nos echó del colegio cuando nos colábamos a jugar aunque siempre nos vio, nunca aparecía en las competiciones y fiestas, no le gustaba el protagonismo, pero siempre se interesaba no por los ganadores si no por los participantes, observaba como un padre observa a su hijo fallar una canasta o hacer diana, con aplomo y orgullo .Él sabía porque cada alumno iba al médico, qué le dolía, cómo y porqué, y al volver entre horas se interesaba, te comentaba la jornada pasada y te deseaba una feliz y silenciosa estancia en el aula. Cuantas veces cruzamos miradas en el pasillo tras oír la palabra expulsión, sonrisas regalaba que me hacía sentir culpable, incluso a él le preocupaba, lo sé; aun así nunca llego a decirme nada más que, cómo va el fútbol? Que tal el examen de ayer? Porque lo sabía todo. Tiempo después de abandonar el colegio y después de tantos años en los que la inmensa mayoría de la gente no me reconocería, sigue parándose en la calle a saludarme, no sólo a mi, no fui especial, fui uno más de todos los que pasaron por ahí, aunque para él sería más correcto decir que todos somos especiales. Ni siquiera sabe mi nombre y no hay un día que vea aunque sea de soslayo y no me desee los buenos días o las buenas tardes. Ha visto pasar por su puerta, profesores, médico, ingenieros, políticos, amas de casa, periodistas, actores, papa noel, los reyes magos, alguna que otra oveja, carteros, economistas, agricultores, tenderos, padres, tíos, hijos, hermanos, fontaneros, carpinteros, cocineros…
Siempre con su atuendo elegante, puntual y eficiente ahí sigue Don Manuel