Viajar al este y ver en blanco y negro …
Me imagino a Dubcek en aquel balcón intentando llenar de color la variación de grises que le rodean. Hacía tiempo, él estaba conforme con esas tonalidades y era una persona querida. En aquel balcón sus ojos se tornaron azul cristalino como el cielo impoluto de su Uhrovec natal, y su heroicidad se vio truncada. En Uhrovec no había humo porque no había fábricas, aún así a pie de campo sólo se veía gris. El color se esfumó, no había luces ya.
No podemos imaginar cuadros en blanco y negro, perderían su esencia. Si los re-coloreamos nunca la han tenido.
Buscando un viaje que ya nunca podré realizar me imagino el este de Europa en blanco y negro, siempre en blanco y negro. Ya no hay color para ella. Me imagino las batallas de la segunda guerra mundial y siguen faltando una gama de colores que no logran aparecer tras el fin de los enfrentamientos. Muñoz Grandes sigue esperando en un palacete que el color vuelva a Krasni Bor. La sangre derramada no fluía roja, era un gris ácido que la risa de un niño no puede colorear.
Los árboles se erigen con sus verdes más oscuros para recibir la época de más colorido, rojos, azules y violetas tiñen sus ramas. Un árbol no es capaz de vestir el día por sí solo, de disfrazar la noche. Se necesitan muchas luces para iluminar el gris. Se necesitan muchas risas de un niño de forma esporádica para apagar el negro.
Nos invade el color, nos aterrorizan las risas y recuerdos forzados, y aún así antiguos héroes anónimos que dejaron de serlo, secuestrados por su propio brillo, como un día lo fue Dubcek; siguen viéndolo todo en blanco y negro pese al empeño de emborronar el lienzo que tienen los sucesores de aquellos pintores de brocha gorda que un día pintaron con grises y hoy se empeñan en hacerlo arcoiris. El color se esfumó, no había luces ya. Es Krasni-dad.